La princesa de blanca Luna
camina sobre un manto de terciopelo verde.
Es observada por diamantes amarillos
brillando entre brazos oscuros que,
entrelazados, se extienden hacia el cielo.
Una calavera de sangre y rocío
se sostiene sobre un hilo de garras,
amenazadora y débil,
a orillas del reflejo de la noche.
Intentando cogerla,
la rabiosa rosa la morderá
allí donde la piel transparente
deja ver la vida corriendo por el cuerpo.
La princesa herida
encantada con el mundo de luces
se deja reposar sobre el duro cuero
de un viejo de pelo verde
que le susurra canciones y la arropa
mientras la princesa se va convirtiendo
poco a poco
en humus del mundo.